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Condenado al fracaso» y sin disquetera: la historia del iMac que salvó a Apple de la ruina cuando nadie creía en él

La crítica más dura que recibió el iMac original no fue por su ratón. Fue la que lo dio por muerto antes de nacer.

Corría el año 1997. Apple, la compañía que había puesto un ordenador en la casa de miles de personas, se desangraba. Con ventas en mínimos históricos y una gama de productos tan confusa que ni ellos mismos entendían, la quiebra era cada vez más cercana. Curioso pensarlo ahora, ¿verdad?, cuando Apple es una de las empresas más valiosas del mundo. Pero en aquel entonces necesitaban un milagro.

El milagro comenzó a gestarse con el regreso de Steve Jobs, que volvía a casa casi doce años después de su marcha forzada. Su primer gran proyecto no fue un ordenador discreto para contentar a los accionistas. Fue una bomba. El 6 de mayo de 1998, Jobs subió a un escenario para presentar al mundo el iMac, una máquina que parecía sacada de una película de animación.

Pero resulta que la crítica más dura no fue por su ratón con forma de disco de hockey, que ya era bastante polémico. No, la crítica que lo sentenció antes de nacer apuntaba a una ausencia que hoy nos parece trivial, pero que en 1998 era un sacrilegio: el iMac no tenía disquetera.

Un análisis del Boston Globe de la época lo dijo sin rodeos: «El iMac solo se venderá a algunos de los verdaderos creyentes. Es un lapso asombroso por parte de Jobs, está condenado al fracaso». Para ellos, un ordenador sin disquetera era como un coche sin maletero. Inútil.

El ordenador que no quería esconderse

Lo que aquellos críticos no entendieron es que Jobs y un joven diseñador llamado Jony Ive no estaban construyendo otro ordenador. Estaban declarando la guerra a las aburridas cajas beige que poblaban las oficinas de todo el mundo. El iMac era un «todo en uno» con una carcasa de plástico translúcido en un color que llamaron Azul Bondi. Era atrevido, era divertido y, por primera vez, era un ordenador que no daba vergüenza tener encima de la mesa.

Steve Jobs estaba tan orgulloso que lo resumió con una de sus frases lapidarias:

La parte trasera de nuestro ordenador tiene mejor aspecto que la parte frontal de los ordenadores de nuestra competencia.

Y tenía razón. El iMac estaba diseñado para ser visto desde todos los ángulos.

Imac G3

Pero había mucho más en este iMac. ¿Su carcasa? Atractiva. Pero, ¿y su nombre? La «i» era una declaración de intenciones. En una época en la que conectarse a la red requería un manual de instrucciones y mucha paciencia, el iMac te lo ponía fácil. Lo sacabas de la caja, enchufabas un par de cables y, en cuestión de minutos, estabas navegando por la World Wide Web gracias a su módem integrado. i de iMac, i de Internet. Aunque, no solo significa eso.

Caja De Imac G3

Para conseguir esa sencillez, Jobs fue implacable. Se deshizo de todo lo que consideraba «heredado»: los puertos serie, el caos de cables y, por supuesto, la disquetera. En su lugar, apostó por una tecnología que casi nadie usaba, pero que él vio como el futuro: los puertos USB. Una decisión que, como tantas otras, acabó definiendo un estándar para toda la industria.

Imac G3 Apple

De «fracaso» a salvavidas

Apple se jugó su futuro a una sola carta, con una campaña de marketing de 100 millones de dólares para asegurarse de que todo el mundo conociera su extraña criatura. Y la jugada salió bien. Antes incluso de salir a la venta, ya tenían 150.000 pedidos.

Al final, los «verdaderos creyentes» fueron muchos más de los que nadie imaginó. El iMac se convirtió en un éxito de ventas espectacular, con más de cinco millones de unidades vendidas que no solo salvaron a Apple de la bancarrota, sino que la devolvieron al centro del mapa cultural. De repente, los ordenadores podían ser objetos de deseo, productos de consumo que la gente quería tener. Un caramelito, una chuche para presumir. No algo aburrido que esconder bajo la mesa.

Apple Imac G3 Colores

El legado de aquel iMac es inmenso. Su diseño inspiró una oleada de productos con plásticos de colores en toda la industria, desde consolas hasta teléfonos. Sus revisiones posteriores, con colores como Uva, Mandarina o incluso estampados como Flower Power, demostraron que la tecnología no tenía por qué ser gris y aburrida. La «i» de su nombre se convirtió en el prefijo de una dinastía de productos que cambiarían el mundo: iBook, iPod, iPhone, iPad.

Veintisiete años después, la filosofía de aquel iMac sigue viva. Los colores, también en la gama iMac actual. La idea de que la tecnología más compleja debe sentirse simple. Y la valentía de eliminar lo que sobra para hacer hueco al futuro, aunque todo el mundo te diga que estás condenado al fracaso.

NOTA ORIGINAL EN APPLESFERA

Publicado Hace 4 horas
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